Makombe, 16 años de emigrante sin papeles

Son más de 500 los que intentan cruzar la frontera con Sudáfrica ilegalmente cada día, como Jack Makombe que sueña con llegar a ser médico. Reportaje en El Limpopo.

Beit Bridge (frontera entre Sudáfrica y Zimbabwe) / 18-07-10

Cae la noche sobre el río Limpopo, frontera natural entre Sudáfrica y Zimbabwe. Para el inspector Masiagwala, del servicio de inmigración en Sudáfrica, comienza el trabajo. Si el puesto fronterizo de Beit Bridge funciona correctamente, nuestro inspector sabe que cientos de inmigrantes africanos esperan el anochecer para probar suerte. Ocultos en la selva, van a recortar las alambradas y entrar en el país.

Hace frío esta mañana. El invierno austral llama a la puerta. En la gran sala de la Oficina de Asuntos Internos, una docena de mujeres y hombres, sentados en el suelo, tiritan a pesar de las mantas que les han dado. Se estrechan mal que bien para calentarse un poco. Pero el frío está también dentro. Una patrulla los recogió cuando acababan de cruzar ilegalmente. John Youssef es uno de ellos. Dejó Malawi hace tres semanas. “En el camino, encontré nigerianos, de Zimbawe y otros de Malawi, dice, visiblemente extenuado. A veces nos han llevado en camión, pero la mayoría de las veces, hicimos el camino a pie”. Esta es la segunda vez que John prueba fortuna. «Si me devuelven a mi país, volveré», advirtió. No tengo nada que perder, no tengo nada en Malawi. »

El capitán Mashiyi está en su puesto. Desde lo alto de la colina sobre la que está instalado el puesto militar, hay una vista impresionante del Limpopo y más allá, del puente que une Sudáfrica a Zimbabwe. Una media hora antes de nuestra llegada, interceptó un grupo de emigrantes. Sabía que estaban en los alrededores, había visto sus huellas más abajo. «El Limpopo está un poco seco en este momento, observa. Entonces los ilegales pasan más fácilmente.» Añade, guasón: «afortunadamente para ellos, en esta estación del año los cocodrilos están bastante perezosos. Están tendidos en la arena sin moverse.»
Sin embargo, el mayor peligro para los emigrantes no lo representan los reptiles sino un depredador de otra clase, llamado aquí » magumaguma” literalmente «los que roban», en nbele. Bandas que actúan duramente a lo largo del Limpopo. Viven en el monte, roban a los hombres y violan a las mujeres. Los testimonios son duros, la crueldad sobrepasa la imaginación.

Al no tener Suráfrica a Brice Hortefeux como ministro del Interior, los inmigrantes ilegales no son devueltos a sus países de origen en “charters”. Desde luego, la policía intenta cada vez más hacerles atravesar la frontera en la otra dirección, tan pronto como los intercepta. Pero la ley sudafricana no es ésa. Los que atraviesan ilegalmente la frontera deben poder hacer una demanda de asilo y quedarse en Sudáfrica. La única restricción: teóricamente no tienen el derecho a trabajar.
Dos centros de acogida han sido abiertos por una iglesia, Uniting Reformed Church, en la ciudad de Musina, a una veintena de kilómetros de la frontera. Babangile, que vive en Zimbabwe, es la directora. Uno de los hogares está reservado para los chicos de menos de dieciocho años. «Hay entre ellos huérfanos, seropositivos, jóvenes obligados a emigrar por haberse convertido en cabeza de familia después de la muerte del padre» cuenta Babangile.
La joven está particularmente atenta al porvenir de estos chicos. Tan pronto como puede, los inscribe en la escuela. «La escuela primaria no es un problema, dice. En secundaria, en cambio, todo depende del programa de estudios que hayas llevado a cabo.»
Jack Makombe tiene sólo dieciséis años. Sin embargo es residente del hogar desde hace más de un año. «Dejé mi pueblo, Masvingo, en Zimbabwe, porque todos los que se habían ido de allí volvían lleno de cosas, radios, trajes, teléfonos -explica-. ¡Como si volvieran del paraíso!».
No teniendo demasiado que hacer (las huelgas en la enseñanza fueron particularmente numerosas y largas en Zimbabwe) tomó un autobús hasta la frontera. «Atravesé el río, luego fui al monte», recuerda. Al acercarse una patrulla sudafricana, huyó y finalmente llegó, gracias a las autoridades, al Centro de Musina, «…porque era demasiado joven para pedir el asilo». Hoy, Jack sigue con sus estudios en Suráfrica. «¡Quiero ser médico! » proclama orgullosamente. Su padre murió, pero regresa frecuentemente para ver a su madre. “Aquí me siento seguro”, dice.
Jack no conoce el rumor que corre de un extremo a otro de Sudáfrica. Shaun, uno de Zimbabwe que vive en Johannesburgo, lo sabe. «Frecuentemente estamos amenazados en el vecindario -dice-. Nos dicen que volvamos a casa». En el Cabo, se distribuyeron octavillas advirtiendo a los extranjeros que tenían que irse después de la Copa del Mundo. Un asunto a tomar en serio. Una reunión está prevista para julio entre varias organizaciones como “Save the Children”, “Organización Internacional para las Migraciones”, también con la policía sudafricana y los representantes de organismos de la ONU con sede en Zimbabwe, dice Babangile.

Fuente: l’Humanité

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